La ausencia en aquella farola de cadenas rotas en el suelo, me hacía dudar sobre si había ido a trabajar en bici. Hacía días que no dormía mucho y la verdad es que la cabeza me daba vueltas en todos los sentidos.
Intenté recordar donde la había dejado, un repaso rápido a una mañana en la que, de nuevo, sentía que me faltaban horas de sueño. Recordaba el aire despertando mi cara y el suelo mojado por la lluvia, recordaba ese olor a campamentos, ese olor a tierra mojada. Respiré hondo al caer en la cuenta.
¡Me habían robado!
Creí ver a un muchacho montado sobre ella y corrí intentando alcanzarla. Corrí llena de esperanzas, como si algo me hiciera confiar en mis escasas posibilidades.
Pero una vez más, como en tantos sueños, pierdo las ilusiones y sin aliento caigo al suelo.
Después, papeles y facturas. Comenzaba entonces una tarde que se antojaba triste. Decepcionada y sin ganas de ver el lado positivo a ninguna de las historias que en esa sala se encontraban, apareció alguien que me demostró que, los imposibles también existen.
En comisaría, y esperando como si fuera mi regalo de navidad, estaba mi bici.
- Por cierto ¿Me he acordado de darte las gracias?
Karol Conti.
(B.L)
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